Los Ángeles (CA) – Cuando los focos y las cámaras de televisión se apagan, el glamour casi siempre se desvanece sobre el telón de fondo de la realidad. Y cuando la “humildad” y las buenas formas que el tenista español Rafa Nadal ha profesado durante años dentro y fuera de las pistas se abren hacia un futuro en el que priman los intereses económicos, hasta los más grandes héroes quedan pulverizados. El presente se ha cristalizado de manera turbia y opaca para el mallorquín, dinamitando su reputación con la misma sobriedad que su tenis aniquiló las aspiraciones de grandes promesas de la raqueta en su época más gloriosa.
Desde que Nadal se alejó de las pistas en enero de 2023 para recuperarse de una lesión de cadera, el tenista ha estado gestando y materializando su espíritu e intención más oculta. Y no es el que a mí –– ni a otros españoles –– nos hubiera gustado: una alianza como embajador del tenis de Arabia Saudí.
En su cénit deportivo y con la bandera española ondeando sobre su musculosa figura, Nadal fue capaz de hazañas impensables. Se consagró como uno de los mejores tenistas de la época dorada de este deporte junto al serbio Novak Djokovic y el suizo Roger Federer. Alzó 14 copas de los mosqueteros sobre la arcilla parisina. Y a pesar de su heroica y sufrida batalla contra las lesiones, sólo está a dos títulos de igualar el récord de 24 de Grand Slams que ostenta el jugador serbio –– a quien critiqué duramente por su soberbia migratoria y posicionamiento antivacunas en el Abierto de Australia de 2022, un torneo que Nadal…acabó ganando de manera titánica ante la deportación y consiguiente ausencia de su rival ––.
Mi oda deportiva a Nadal nunca ha faltado. Su carrera tenística ha sido intachable. Tampoco faltaron los elogios de mi madre, que solía decir, de manera cariñosa: “Es que es muy rico”.
Desde luego. El “rico” (simpático) de Nadal va a ser más rico aún embolsándose unos 600 millones de dólares por trabajar con los saudíes. Con más de 130 millones de dólares acumulados en premios (sin contar ganancias derivadas de los patrocinios, inversiones y entramados corporativos), se puede afirmar que el jugador podría prescindir de los turbios ingresos saudíes. Pero aun siendo una decisión respaldada por la ley, hasta cómo uno se lucra revela dónde residen nuestros principios.
El peor desenlace para la carrera del español no ha sido el que todos presagiábamos –– una lesión –– sino que éste haya coincidido con su inesperada colaboración con el régimen de Arabia Saudí, un país al que, desde 2016, Naciones Unidas le ha exigido el fin de la pena capital a niños. Sí, a niños.
Según el brazo de Amnistía Internacional en el Reino Unido, el país saudí ejecutó a 196 individuos en 2022. Las gloriosas cifras sitúan al país árabe en el segundo escalafón de la pena capital a nivel mundial. Todo un logro.
Conocido mundialmente por el maltrato, la cosificación y discriminación hacia las mujeres, así como sus sistémicas violaciones frontales de los derechos humanos, el régimen saudí es un pseudorefugio para el Rey Emérito Juan Carlos I, quien además de su intensa actividad matando elefantes en la sabana africana, salió escopetado de España por motivos que prefiero omitir porque, si no, me imputan en el país europeo. Así de avanzados vamos con la Ley Mordaza en España y de rezagados en materia de libertad de expresión. Sin duda, otro gran logro de la democracia española.
Ya en 2023, eleconomista.es adelantaba que Arabia Saudí invertía el 10% de su producto interior bruto (PIB) con fines deportivos. Respaldado por los petrodólares, el régimen saudí es experto en sacar la billetera para blanquear su modus operandi. Y bajo el velo de la Fórmula 1, del golf, del fútbol europeo y ahora del tenis (el llamado deporte blanco), el país árabe sigue afianzando su sportswashing con la complicidad de grandes e influyentes figuras deportivas que se prestan a ello.
El sportswashing de Arabia Saudí es una prueba inequívoca, irrefutable y desgarradora de que el dinero prima sobre la ética y la moral. Pero que con una cúpula de asesores estelares a sus espaldas, Nadal pretenda ahora embaucarnos y hacernos creer que su programa como embajador del tenis en Arabia Saudí tiene un fin loable, encomiable y que se alinea con el progreso realizado por el país árabe, no es sino una burda mentira. No existe el progreso en Arabia Saudí. Y la iniciativa de Nadal, decorada y enmascarada bajo buenas intenciones, sólo genera una monumental cascada de cuestionamientos sobre la estrategia de ajedrez del país árabe para lavar una imagen empañada por políticas neolíticas que no pasan desapercibidas a nadie, mas que a quienes reciben un beneficio económico directo.
Acumular ganancias astronómicas y expandir una marca deportiva es absolutamente legal, también recurrir a procedimientos antiéticos con dicho fin. Pero figuras como Nadal, de cuyas decisiones puede depender el porvenir de los más desgraciados, no deberían encogerse de hombros cuando se les juzga porque sobre ellos recaiga la enorme responsabilidad de sopesar cómo sus decisiones y su legado pueden contribuir a la desgracia –– o no –– ajena en otros países.
Célebres embajadoras del tenis como la checa Martina Navratilova y la estadounidense Chris Evert se han desmarcado de la táctica de captación saudí, denunciando la falta sistémica de derechos de la mujer y de la comunidad LGBTQ y advirtiendo de los riesgos que conllevaría facilitar la expansión de torneos profesionales en esta región con el beneplácito de la ATP y la WTA. Con mayor tibieza, sin embargo, han respondido tenistas que ocupan puestos destacados del ránking internacional. Sorprende que la número dos del mundo, la bielorrusa Aryna Sabalenka, alabara la acogida y el gran trato que recibieron las jugadoras que se desplazaron hasta el país árabe para competir el pasado mes de diciembre. De las finales de la WTA celebradas en México, sin embargo, sí se quejó sin tapujos.
La falta de sensatez también parece haber florecido en el pensamiento de la nueva estrella del tenis español, Carlos Alcaraz. Hace unos días sellaba unas declaraciones que generan perplejidad: “Rafa ha decidido firmar como embajador del tenis y, personalmente, no me parece mal. Arabia es un país que se está desarrollando, se está abriendo al mundo del deporte y qué mejor manera que Rafa se meta ahí para ampliar el mundo del tenis”.
Pareciera que haber ganado dos Grand Slams y haber acumulado más de 27 millones de dólares en premios no ha sido suficiente para que el murciano reclute a buen séquito de asesores y educadores que le desgranen el historial de atrocidades perpetradas por el régimen saudí. Asombra que sea capaz de semejante y meteórico ascenso deportivo y, a la vez, incapaz de googlear ‘Arabia Saudí’ para empaparse de la cruda realidad de un país cuyas visitas tenísticas le reportan una buena tajada económica y le engrosan la cuenta bancaria.
Al margen de sus simpatizantes, no hay duda de que la alianza de Nadal con los saudíes se ha cernido como una nube tenebrosa y permanente sobre la figura del jugador. Para la posteridad quedan ya esas imágenes del tenista solidarizándose y volcándose en las tareas de limpieza en la comarca mallorquina de Levante, desolada por las lluvias torrenciales en 2018.
“Hoy es un día triste. Nuestras más sinceras condolencias a los familiares de los fallecidos por las graves inundaciones de Sant Llorenç”, decía entonces, mientras ponía su academia a disposición de los damnificados. Decepciona, no obstante, que la solidaridad solo vaya hacia su pueblo y que no sepa extendérsela a otros.
Inmortalizados también quedaron esos abrazos cargados de complicidad con el monarca español exiliado a tierras saudíes tras algunos de los triunfos más emblemáticos de Nadal. Y para poner el broche de oro a esta historieta, hace unos días, el tenista consolidado ya en empresario internacional firmó una entrevista con la periodista Ana Pastor que merece punto y aparte.
Si bien Nadal se limitó a echar balones fuera, la estrella escénica de la entrevista resultó ser, como siempre, Pastor. Y es que, al menos a mí, me cuesta tomarme en serio el quehacer periodístico de una presentadora que ha sido cómplice de las hazañas de su marido, Antonio García Ferreras, quien sigue al frente de La Sexta TV (una cadena camuflada bajo los ideales de la “izquierdas”), a pesar de haber protagonizado el mayor escándalo mediático del panorama nacional tras difundir bulos al más puro estilo fake news y con conocimiento de causa.
Que, de nuevo, sea Pastor quien se siente en un cara a cara con Nadal cuando ha quedado más que evidenciado que la programación informativa de Ferreras está al servicio de la derecha española, es irónico y una burla hacia el televidente español. Pero, quizá, no debería sorprenderme a la luz de las afiliaciones con la derecha por parte de la familia del deportista.
Al final, algunos medios están ahí para proteger a sus héroes. Pero a unos y a otros se les ha caído el velo.